miércoles, 20 de julio de 2011

Guachimán Truchimán - Parte IV

En un principio, jamás entendí cómo fue que me empezó a costar tanto todo esto, lo de la escritura, lo de la palabra. No tenía yo ni la más mínima idea de por qué, de un día para otro, debía aplicar fuerzas inconmensurables para desplazar una frase sobre la siguiente antes de fijarla en los cantos de un párrafo. Los argumentos, las anécdotas que luchaba por conservar dentro de la página venían sin gancho y resbalaban y caían, las muy entecas, los muy escuálidos. Por eso, en vez exordios, paralogismos y frases subordinadas con furtiva elocuencia, terminé confabulando grandes éxodos de criaturas mutiladas, casi como si intentara describir a base de amputaciones esas diminutas manivelas que controlan la artillería pesada escondida dentro de la máquina de tortura atascada poco antes de volver a los penaltys del partido de fútbol cuyo resultado serviría para determinar la suerte de una señora plagiada por un par de funcionarios públicos con déficit de atención. Mierda, es que no sólo debía partirme el lomo para balbucear algo a través del teclado, sino que, para más colmo, debía arrastrar cuesta arriba toda aquel macundalero de sujetos y predicados, justo hasta allí donde, ya sin aliento y de tanto boquear, finalmente se quedaban tranquilos y me facilitaban la tarea de azuzarlos, desmembrarlos, limpiarlos y volverlos a empalmar. A veces, este proceso duraba tanto y era tal la resistencia de los malditos morfemas, que en mi arrechera pegaba la cara ríspida al espacio en blanco y ponía todo mi peso sobre mis puños para exprimirme los ojos y dejar que las lágrimas arremetieran contra mis párpados empegostando con sal, sangre y lagañas las pocas oraciones que había logrado conjugar.

Pero, ¿no soy el único, verdad? Y no me refiero yo a un simple “bloqueo de escritor” o, más bien, sí, hablo de un bloqueo, de un auténtico embargo universal contra la desahuciada isla de la gran circunvolución de materia gris que tengo por cerebro, con todo y sus reminiscencias a guerra fría cortesía de sus dos impávidos hemisferios. Sí, el escritor me está bloqueando, me ésta jugando sucio en su piadosa ambición por cumplir con su rol desde el día en que, intentando construir un personaje convincente destinado a hacerse pasar por guachimán en una incómoda garita, su realidad y la mía se confundieron para siempre.


Días, semanas, meses, qué importa cuánto tiempo, la verdad es que aún no entiendo por qué caí en cuenta de cuán poco comprendí cuán difusa e insidiosa era mi afasia. Ahora todas las ideas y opiniones, incluyendo las ideas y opiniones ajenas, me esquivan, me abandonan y, peor, me tratan con suspicaz indiferencia. Según el guachimán, se trata de ejercicios de paralipsis pequeño-burguesa. Para el personaje que habría de hacerse pasar por él, hablamos más bien de manidos anacronismos socialistas. El loco, por su parte, insiste en que estamos ante hemistiquios en vías de desarrollo disfrazados de trámites burocráticos orientados a la obtención de una beca de estudios de cine en el exterior, cuando no a falsificar la hipoteca de una vivienda fantasma. En cualquier caso, tal y como insiste el escritor, todos convienen en que tampoco estas ideas y proposiciones, sea cual fuere su naturaleza, merecen atravesar el espacio en blanco como si ya fuesen un enunciado; un enunciado que, no hay razón para ocultarlo, sólo anhela mejorar su calidad de vida

lunes, 11 de julio de 2011

Guachimán Truchimán - Parte IV


En un principio, jamás entendí cómo fue que me empezó a costar tanto todo esto, lo de la escritura, lo de la palabra. No tenía yo ni la más mínima idea de por qué, de un día para otro, debía aplicar fuerzas inconmensurables para desplazar una frase sobre la siguiente antes de fijarla en los cantos de un párrafo. Los argumentos, las anécdotas que luchaba por conservar dentro de la página venían sin gancho y resbalaban y caían, las muy entecas, los muy escuálidos.  Por eso, en vez exordios, paralogismos y frases subordinadas con furtiva elocuencia, terminé confabulando grandes éxodos de criaturas mutiladas, casi como si intentara describir a base de amputaciones esas diminutas manivelas que controlan la artillería pesada escondida dentro de la máquina de tortura atascada poco antes de volver a los penaltys del partido de fútbol cuyo resultado serviría para determinar la suerte de una señora plagiada por un par de funcionarios públicos con déficit de atención. Mierda, es que no sólo debía partirme el lomo para balbucear algo a través del teclado, sino que, para más colmo, debía arrastrar cuesta arriba toda aquel macundalero de sujetos y predicados, justo hasta allí donde, ya sin aliento y de tanto boquear, finalmente se quedaban tranquilos y me facilitaban la tarea de azuzarlos, desmembrarlos, limpiarlos y volverlos a empalmar. A veces, este proceso duraba tanto y era tal la resistencia de los malditos morfemas, que en mi arrechera pegaba la cara ríspida al espacio en blanco y ponía todo mi peso sobre mis puños para exprimirme los ojos y dejar que las lágrimas arremetieran contra mis párpados empegostando con sal, sangre y lagañas las pocas oraciones que había logrado conjugar.

Pero, ¿no soy el único, verdad? Y no me refiero yo a un simple “bloqueo de escritor” o, más bien, sí, hablo de un bloqueo, de un auténtico embargo universal contra la desahuciada isla de la gran circunvolución de materia gris que tengo por cerebro, con todo y sus reminiscencias a guerra fría cortesía de sus dos impávidos hemisferios. Sí, el escritor me está bloqueando, me ésta jugando sucio en su piadosa ambición por cumplir con su rol desde el día en que, intentando construir un personaje convincente destinado a hacerse pasar por guachimán en una incómoda garita, su realidad y la mía se confundieron para siempre.

Días, semanas, meses, qué importa cuánto tiempo, la verdad es que aún no entiendo por qué caí en cuenta de cuán poco comprendí cuán difusa e insidiosa era mi afasia. Ahora todas las ideas y opiniones, incluyendo las ideas y opiniones ajenas, me esquivan, me abandonan y, peor, me tratan con suspicaz indiferencia. Según el guachimán, se trata de ejercicios de paralipsis pequeño-burguesa.  Para el personaje que habría de hacerse pasar por él, hablamos más bien de manidos anacronismos socialistas. El loco, por su parte, insiste en que estamos ante hemistiquios en vías de desarrollo disfrazados de trámites burocráticos orientados a la obtención de una beca de estudios de cine en el exterior, cuando no a falsificar la hipoteca de una vivienda fantasma. En cualquier caso, tal y como insiste el escritor, todos convienen en que tampoco estas ideas y proposiciones, sea cual fuere su naturaleza, merecen atravesar el espacio en blanco como si ya fuesen un enunciado; un enunciado que, no hay razón para ocultarlo, sólo anhela mejorar su calidad de vida.