jueves, 29 de octubre de 2009

Sobre la circulación de las ruinas - Parte II

El guía bilingüe aplaude. Al reiterarse el día de hoy, con sus dioses relegados a la nostalgia, seguiremos de largo bajo el sol y dejaremos atrás las molestias climáticas, los aranceles hoteleros, la nube de mosquitos y todo aquello que sabrá sustituir a las máscaras y a las reliquias hundidas en la península de Yucatán. Nuestro morbo por las antigüedades nos llevará al mismo punto que a Edward Herbert Thompson, explorador que prácticamente se adueñó de Chichén Itzá y dragó sus cenotes. En otras palabras -cuando no en estas mismas-, en algún momento constataremos que si algo perdura es el sudor, pues es en el sudor que se nos va el alma al cielo mientras nuestros cuerpos yacen en el olvido dándole vueltas al calendario como un Siddhartha perdido en Cancún. Igual de eternas por contraste serán las postales en la basura, las sacudidas de mano y el delirio de confiar en que hemos dejado atrás la deliciosa violencia de nuestros antepasados, las acrobacias y remordimientos del creyente, el vestuario de los imperios y las maromas del escéptico. El guía bilingüe aplaude.

Reunidos en montones dispersos los visitantes escuchan atentos, miran de soslayo al hombre encargado de orientarlos a través de las figuras talladas sobre la piedra. Calaveras y plumajes y cuerpos descuartizados, mezclados y ordenados en partituras ya ilegibles –cuando no traducidas sin cesar por corrientes más advenedizas que la historia-,  amenazan con saltar de golpe de sus frisos y dinteles para desaparecer, o quizá acechar en todos y cada uno de los fallos de nuestra conciencia.

El guía bilingüe aplaude. El guía bilingüe explica. Vuelve a aplaudir. Según él, si la intrincada maniobra del aplauso se realiza de manera correcta y en el sitio exacto frente a la gran pirámide de Kukulcan, el sonido que regresará desde la cámara sagrada en el tope de la estructura se parecerá a un graznido. En sus palabras, este efecto fue preparado por los arquitectos mayas para conferir al gobernante mayores recursos a la hora de hacerse pasar por una criatura sobrenatural. A mí me parece aún más noble la idea de que esa especie de Dolby-surround primitivo no haya sido ingeniado para vestir a un emperador, sino para darle pretextos, salario y aliento a un guía turístico de un futuro álgido y remoto. Así, mientras el resto de su argumentación se pierde en la marisma de aplausos, (cuyas ondas sonoras se propagan y rebotan contra la escalinatas para deslizarse entre frecuencias y desniveles cuesta arriba al ras de las cabezas de serpiente hacia las aristas de la cámara secreta donde brincarán de un lado a otro entre las jambas de los umbrales cuya superficie vibrará para colmar el aire con los susodichos graznidos, multiplicados esta vez por el afán y la ingenuidad  de una nueva caterva de mortales indolentes, aburridos y mezquinos), el guía avanza y yo lo sigo de cerca como auscultando los pormenores de su pensamiento. Bastaría que alguien, víctima tal vez de alguna condición histérica, se atreviese a anticipar la sombría y estilizada musculatura del ansiado demiurgo que habría de aparecer entre efectos sonoros, para descubrir que las pirámides fueron diseñadas con la finalidad de hacer evidente cuán alta puede llegar a ser una gran decepción. La expectativa pura molesta, simplemente molesta. Es esto lo que probablemente medita el guía, lo sé yo que me he repetido ya no sé cuántas veces en el calendario Maya a sabiendas de que acto seguido el muy regordete seguirá de largo hacia la cancha de bolos diciendo “¡hay más de 3.000. de estos patios de juego en todo México!”.

De cuando en cuando, un turista voltea y aplaude con disimulo, pero ni el dios ni su ausencia responden como es debido. No hay pájaro ni culebrón con boa y falda de terciopelo ordenando a las masas a cultivar el maíz mientras los 91 peldaños de las cuatro vertientes suman los 364 días del año antes de trazar la sombra zoomórfica en la memoria de los equinoccios, sino un grupo de chicos obesos peleándose por una cámara de video al borde de la cámara sagrada, la cual sólo se molesta en registrar el paso del aire caliente y las bocanadas de asfixia que la gente empuja hacia el cielo.

Camino al patio de pelotas empiezan las conversaciones en torno a las increíbles diferencias entre una raza y otra, así como entre una antigüedad y su parentela. El guía y sus turistas analizan la posibilidad de motivos y propósitos enterrados para siempre,  discuten azares, calculan infortunios y, cual desproporcionadas máquinas de braile, acarician hasta las más descabelladas hipótesis sobre qué fue exactamente lo que permitió esta prolija civilización. Algunos apuntan hacia todo un catálogo de causas y despilfarran cuanto recurso narrativo sobrevive a su paupérrima educación para que, no importa cuán repetitivas y manidas sean sus elucubraciones, estas comiencen y cierren con el aroma de lo insólito. El guía, ante un muro que detalla a dos grupos de guerreros enconados y furibundos, así como a un pobre jugador decapitado, trata de establecer un paralelismo entre los antiguos juegos Maya, la muerte y resurrección de Cristo y el fútbol Charro.
         —Así como no más nosotros decimos hoy en día en un partido, digamos, del Rayos de Nexaca contra los Santos de Laguna, que hombre, un equipo le cayó a palos a otro, o en más todavía, que a los Pumas de la UNAM los descuartizaron, o el resultado fue fatal, de la misma forma aquí está, entonces, no es que los mayas fuesen unos cuates sangrientos y crueles, tan sólo es como si dijeran, hubo un partido y miren, uno de los equipos sufrió una funesta derrota y así no más lo volvieron trizas.

Las cabezas de los turistas se inclinan, unas hacia la izquierda para detallar el bajo relieve del jugador decapitado, otras hacia la derecha tratando de imaginar cómo son los uniformes de los actuales Santos, Rayos, Pumas y Lagunas. Al patio de pelotas se suma una nueva pátina de sonrisas. El guía bilingüe repite exactamente la misma sentencia en inglés y luego continúa con su exposición en español:
-Además, para nosotros los católicos en misa, ni se diga, ahí matamos a Dios todos los fines de semana.

Sólo entonces me aturde la patética idea de que esta misma conversación, con otros giros, y que todas aquellas consideraciones, comparaciones, discusiones y apuntes; descartados, reanimados, reinventados en el camino hacia la cancha; tuvieron ya lugar hace más de quince mil años, mucho antes de que la ciudad Maya se hiciera espacio, así como hace más de quinientos, en boca de los sacerdotes y en los chismes de los jugadores disfrazados de dioses que, igual que nosotros, se dirigían al gran evento -cuya grandeza y realidad consistía en que jamás ocurría- , así como hace poco menos de un siglo, cuando una enamoradiza periodista llamada Alma Reed quiso enfrentarse a Thompson y sus secuaces calificándolos de saqueadores de lo que, mucho antes de que se construyera, estaba condenado a ser un prospecto arqueológico. Por no hablar de esta mañana, cuando el guía le dio la bienvenida al primer grupo de turistas que desapareció en el pasado.

En cualquier caso, si los antiguos sacerdotes se ofendieron o no con el atrevimiento de los modernos arqueólogos y las intrigas de palacio de los modestos occidentales en busca de intensidad en la península de Yucatán es algo que, por los momentos, habrá que constatar luego de que comiencen las próximas excavaciones. De lo que no cabe duda es que, mientras la ciudad contenía el apogeo de una especie, o se veía abandonada repentinamente por los cambios climáticos que desarticulaban los efectos especiales de sus líderes, ya para cuando las complejidades y los propósitos, el tributo y la gloria se reducían al sinsentido, al espacio en que hoy se levantan los templos de Chichén Itzá lo había saqueado el destino. Pues si bien sus habitantes jamás llegaron a conocernos, aquí estamos, infiriendo con exactitud sus gestos y pensamientos. Los monstruos tallados contra el granito, los dioses y sus peripecias, las pirámides que se levantan una sobre otra envolviéndose como órganos inflamados o cultivos bacteriológicos, los distintos personajes que, cual títeres en un orfanato, se enredan entre sí a lo ancho y largo de su enrevesado camino hacia el mundo de los muertos, no son extraños, o más bien, son completamente extraños: somos nosotros.

martes, 20 de octubre de 2009

Sobre la circulación de las ruinas - Parte I

Las piedras supuran dóciles y cuesta distinguir los espasmos, esos vestigios, las frentes chatas talladas en alto relieve. Abundan las confusiones, y los turistas. Las pocas imágenes que sostuvieron los resuellos de una raza se desintegran, ya no por el paso del tiempo, ni por las facultades de la historia -el flujo de visitantes y las fuentes de financiamiento mal que bien se han mantenido intactas-, sino por los ojos que abusan de su privilegio apilados detrás de las cámaras, y también por el insoportable calor que aplasta a cualquier otro intento de hacer memoria.

Pronto Chichén-Itzá, igual que las catedrales y el mar,  alcanzará su destino, es decir, la compraremos en el próximo souvenir, sea este una miniatura de un Museo del Prado o un cuaderno con un par de líneas de Nazca. Pero antes, antes subiremos por la pendiente de la cámara interior del templo de Kukulkan, de cuclillas, en grupos no mayores de quince a través de un tenebroso pasillo, apretando las fosas nasales para evadir el tufo que baña la escalinata de humores internacionales y comentarios de asco. Al final y sólo por un minuto habremos visto al jaguar, la efigie de los sacrificios, dejándonos cautivar ya no por el jade -y las “máculas pintorescas finamente labradas”-, sino por todo aquello que somos capaces de soportar a la hora de confirmar la existencia de algún prodigio. De regreso a casa hablaremos de los jeroglíficos sólo con ciertos allegados, al resto acaso le revelaremos los pormenores de aquella cósmica mescolanza de sudores. Por los momentos, no obstante, el guía bilingüe aplaude. Mil años más tarde, o quizá tan sólo dos, justo cuando los discos del calendario Maya se entronicen y vuelva a repetirse exactamente el mismo día de hoy, es probable que tú y yo sigamos juntos a través de estos párrafos toscos y retorcidos.